Hoy fue un poco difícil escribir. Ya he escrito como cinco cosas distintas en este mismo espacio y las he borrado todas. Así que respiré y subí a mi cuarto a ver si decidía apagar y dejar así, pero un libro que había encontrado ayer antes de irme a dormir apareció ante mis ojos sobre la mesita de noche. Se llama "La rana solitaria" y su autor es Erwin Moser, y fue un libro que una señora llamada Leonor me regaló más o menos cuando yo estaba en cuarto de primaria, y que siempre llevo en la memoria como el libro que marcó el inicio de mi aprecio por la lectura y por lo escrito.
El caso es que ayer antes de dormir estaba preocupado y agobiado, y la lectura de un cuentico del librito me hizo sonreír y dormir como niño chiquito.
Así que decidí transcribir el cuentico, para repasarlo, compartirlo, tenerlo ahí para comentarlo luego, y cómo no, para sonreír una vez más.
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"Las cinco carcomas"
En un madero del entramado de un tejado vivían una vez cinco carcomas. Su vida consistía en carcomer, carcomer, y otra vez carcomer. El tiempo que no carcomían, dormían, y eso era todo.
Ya los padres de las cinco carcomas habían desempeñado su labor de carcoma en aquel madero, e igualmente sus abuelos y bisabuelos. También los padres de sus bisabuelos y sus abuelos habían carcomido ya en aquel madero. En resumidas cuentas: todos los antecesroes de las cicno carcomas no habían hecho otra cosa que hacer agujeros en aquel madero y se habían podido alimentar bastante bien con él.
Puede uno imaginarse, sin embargo, que la vida de estas carcomas no era demasiado emocionante. Tampoco en el sentido culinario había mucha novedad..., en definitiva, el madero que carcomían era siempre el mismo. Bueno, aquí y allá tropezaba alguna de las carcomas con una vena de resina reseca, y entonces por breve tiempo había una variación en el menú. Pero una cosa así sucedía raras veces.
Un día, estando juntas las cinco carcomas durante un descanso, conversaron sobre qué aspecto tendría el mundo fuera del madero.
--¡Yo sé incluso el camino que conduce fuera de este madero! --dijo la mayor de las cinco carcomas--. Una hormiga que me encontre una vez en uno de mis recorridos me lo describió con exactitud.
-- Bah, ¿qué dices? --dijo otra carcoma--. Según mi opinión, no existe ningún otro mundo a excepción de éste. Todo eso no son más que fantasías. El mundo está hecho sólo de madera, esa es la realidad de la vida, querida, ¡te guste o no!
Otra carcoma dijo:
--Bueno, posiblemente sí que haya algo más que la madera, por eso no voy a discutir. Pero yo os digo: ¡no penséis más en ello! Puede resultar muy peligroso. ¿Quién sabe realmente qué hay fuera de la madera? Eso no puede saberlo ningún gusano.
La cuarta carcoma dijo:
--A mí eso no me interesa para nada. Pudiendo saciarme todos los días, pues va todo de maravilla. ¿O no?
La quinta carcoma había escuchado con gran interés. Ya había pensado a menudo en qué habría fuera del madero.
--¿Quién sabe? --dijo ahora--. Quizá haya además otras clases de madera. ¿No podría ser posible? Quizá comemos la madera de menor calidad que hay y no lo sabemos. Posiblemente haya muy cerca madera dulce o qué sé yo qué.
Pero las otras carcomas sólo se rieron de ella.
--¡Qué loca! --dijeron, y la carcoma más vieja dijo irónica:
--¡Si tan curiosa eres, sal a mirar el otro mundo! El camino de salida es sencillísimo: sólo tienes que carcomer siempre en dirección sur. Eso me dijo la hormiga. ¡Venga, nadie te retiene!
Y las otras carcomas volvieron a reírse.
La quinta carcoma, sin embargo, dijo:
--¡No tenéis por qué reiros! ¡Me voy a arriesgar! ¡Por mi parte, vosotras podéis enmoheceros aquí!
Y desde ese momento ya sólo carcomió en dirección sur.
Ponía mucho empeño en el trabajo, y en su fantasía se imaginaba maravilloso el nuevo mundo. Estaba convencida de que al final de su camino le esperaría un auténtico paraíso para carcomas.
Lo que, sin embargo, no sabía la carcoma era que la carcoma más vieja la había enviado por pura maldad en la dirección falsa. La hormiga, en efecto, había dicho "oeste" en lugar de"sur", y así carcomía en dirección equivocada, siempre a lo largo del madero.
Nunca salió del madero.
Después de seis años de trabajo ininterrumpido sintió la carcoma que se había vuelto muy débil y pronto moriría.
"Ahora me voy a morir y no lo he conseguido", pensó.
Antes de cerrar para siempre los ojos dijo aún:
--¡Pero por lo menos lo he intentado!
Y al decir esto parecía muy satisfecha.
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