La noche avanza, y con ella la perplejidad que me inunda. Hacía rato que no quedaba perplejo por asuntos que no fueran perfectamente racionales, que pudieran ser puestos en palabras claras. La perplejidad de hoy es distinta: apareció primero con un silencio, luego con unas lágrimas, luego con el tiempo que pasaba y ese todo que, todavía, sigue igual.
Puedo escribir un poco sobre esto, a pesar de todo: ¿qué es entender a una persona? Es una frase que uno usa todo el tiempo, que a veces llega a ser muletilla (¿me entiende? sí, te entiendo...), pero que parece recoger tanto, y decir tan poco.
¿Es igual de difícil entenderse a uno mismo y entender a alguien más?
¿Hay que entenderse primero (o por lo menos, ignorarse), para poder entender?
¿Hay requisitos para entender? Y lo que es peor: ¿cómo puede uno saber que ya entendió?
Me perpleja, claro, llenarme de preguntas. Me perpleja también que las respuestas a estas preguntas sólo parezca encontrarlas en instantes capturables, en momentos de vividez, y no en las palabras escritas, flotantes, que aquí parecen puestas en medio de un teatro vacío que puede estar a punto de llenarse.
Últimamente hacen falta esos momentos.
Además, no ceso de preguntarme:
¿Habrá algo que deba ser hecho?
Quizá lo adecuado no sea buscar respuestas, quizá lo adecuado tampoco sea plantear buenas preguntas.
Lo adecuado puede ser, simplemente, entender.