son las 11:43 de la noche y desde las 5 de la tarde, hora en la que me arrunché entre mi cobija de alpaca para echarme un elegante foco de tarde gris-mojada y fría, no ha parado de llover. Es una lluviecita lo más de tranquila, cae sobre las tejas del patio de mi casa, que queda detrás de mi cuarto, y cuando cierro los ojos con mi cabeza sobre la almohada me gusta concentrarme sólo en ese sonido, sólo en las miles de gotas que caen al mismo tiempo desde nubes muy muy altas y que suenan tic tic tic tic... una ducha enorme.
Estos han sido días difíciles. Ha sido difícil encontrarme, enfocarme, pensar en una cosa a la vez, dormir los ojos en la noche y decir en silencio: sí, hoy estuvo bien. Las relaciones humanas se me revelaron intempestivamente como algo extremadamente difícil de manejar, de tener entre las manos. Me sentí impotente para solucionar conflictos que en últimas no entendía, y a la vez, extremadamente capaz de ocasionar otros que no podía preveer. Lo peor era, como siempre ha sido, la dificultad para poner en palabras las cosas. Hubo un momento en el que deseé salir corriendo, irme y no volver a ver a nadie ni tener compromisos con nada. Perder todas las cadenas. Pero me dí cuenta que eso significaría atarme un manojo de otras cadenas: los recuerdos ácidos y los felices, el resentimiento, los ideales ilusorios, el convencimiento ciego...
Por eso no he podido escribir. Me he sentado un par de veces frente a la pantalla del blog y he borrado la misma frase varias veces. Otras veces escribí más pero al final me dí cuenta que no tenía ningún propósito (y después de todo, ¿para qué propósito?). Otras veces hubiera querido escribir pero la preocupación por terminar las cosas que tenía pendientes era demasiado grande.
No quiero preocuparme por las cosas. Quiero ocuparme de ellas. Leí eso alguna vez y ahora dice tanto...
A pesar de la ceniza caliente acumulada, pequeños árboles han sabido crecer entre ella, a intervalos indefinidos. No sé si aquéllos de ustedes que viven en Bogotá han visto cómo se han puesto los Cerros Orientales en estos días de lluvia. La niebla los cubre como una manta y la luz de la mañana los ilumina casi fantasmales. A veces parecen manchas verdes oscuras en el horizonte, como diciéndome: Javier, ven y te pierdes, déjalo ya... ven y ahógate en la niebla. Tabucchi también me ha dado un par de semillas, sostengo. Y, con todo, también ella...
Aguardo con ansias el año nuevo. En vacaciones voy a cambiar por completo mi cuarto y quiero que ese sea, naturalmente, un cambio también en mí. Quiero simplificarme. Dejar que las cosas sean por sí solas, que no haya que agregar nada, que quitar nada.
Pero que siempre haya espacio, que nunca esté todo terminantemente acabado. Como aquí.
Me consume el sueño.
...sí, hoy estuvo bien.