Saturday, February 21, 2004

Las lluvias llegaron, súbitamente, sin transición, sin oportunidad de un adiós del cielo azul y de las tardes de sofoco.
Con las lluvias también llegan nuevos vientos, y con los vientos nuevas reflexiones.

Cuentan los sabios, pero Alá es más sabio y poderoso, que hace 731 años, el Kalifa Rashi Al-Razzim descubrió el elíxir del presente, depurándolo de la sustancia azul que emanaban las algas de un peculiar oasis. Al tomarlo, el pasado y el futuro --uno el opresor de su memoria, el otro limitador de sus sueños-- se diluían, y sus sentidos inundaban su mente con una tormenta de sensaciones mezcladas, irreconocibles por los mortales comunes. Se fundía con el mundo, dejaba de estar atascado en los límites de su temporalidad, y la divinidad vibraba por sus fibras.

Todos creyeron que el Kalifa era feliz cuando tomaba el elíxir. Lo cierto es que, entonces, aquél olvidaba lo que era ser y no ser feliz, estar y no estar alegre. Simplemente era, pero no podía vanagloriarse de su gloria, puesto que en el reino del presente no hay lugar para el juicio ni para la decisión. Todos los caminos del destino se juntan en uno, y ese Uno no es contempable. Abrumado por esta eliminación, el Kalifa aterrado sintió --y sintió con verdad-- que sin futuro y sin pasado no podía ser libre. No dudó cuando chasqueó sus dedos, volvió al mundo de los mortales, mandó secar el oasis, y una vez quemada cada una de las algas y de las palmas que les daban sombra, arrojó la última botella de su veneno al abismo de Armán.