Friday, March 12, 2004

Me contaron que esa noche las estrellas comenzaron a caer, dibujando en el cielo largas y brillantes líneas; "como diamantes derramados", "como cuando hace sol y llueve, pero esta vez de noche". Los niños del pueblo miraron hacia arriba, sus bocas abiertas, no podían ya pronunciar el por qué ni el qué es eso, ya lo sabían, quizá ya lo habían visto. Reinaba en la noche el silbido del viento y el suave siseo de lo desconocido. Aunque los niños se resistían a dormir, y los que eran aún muy chicos chillaban sin cesar, los pocos adultos que no contaban con tan alegre compañía decidieron seguir tranquilamente con sus vidas, se lavaron los dientes y se pusieron las piyamas, quizá escucharon alguna sonata o leyeron algún periódico antes de cerrarlos, sí, los ojos. Me contaron que nadie sufrió de taquicardia y que las manos no temblaron.
La primera estrella cayó sobre el jardín de la casa azul. Cayó con un suspiro. Los vecinos dijeron que no escucharon ningún disparo, ningún grito. Sólo olieron la fragancia de las rosas y los geranios.
La segunda estrella cayó sobre la nueva biblioteca. Nada se quemó. A las pocas horas, la bibliotecaria confirmó que los registros de alquiler de libros estaban llenos. Parecía como si un ejército incontable se hubiera encargado de devorar, hasta la última página, cada uno de los libros. Sin duda, habían estado felices. Las revistas infantiles estaban alegremente recortadas, los de literatura estaban brillantes y forrados, los de filosofía tenían incontables anotaciones al margen, los de arte exhalaban admiraciones y preguntas.
La tercera estrella cayó sobre una mujer, de unos 20 años, que caminaba por el andén al frente de la heladería. El que estaba a su lado atestiguó que ella había sonreído, lo había mirado los ojos y lo había tomado de la mano. El helado de moka estaba mejor que nunca.
Me contaron también que luego caían tantas estrellas que el cielo ya no era azul sino arcoiris. Los astrónomos confirmaron lo que siempre habían temido: había estrellas de todos los colores. Había enanas y gigantes, caprichosas, consentidas, pacientes, emperatrices, queridas, soñadoras, fulgurantes, en éxtasis, y muchas, pero muchas esperanzadas.

Hace un par de días me dí cuenta que, hace mucho, no me cae una estrella en la cabeza.
Las extraño.