de nuevo, la fascinación
"En verdad puedo decir que cuando con el pensamiento recorro el bello orden con que lo uno deriva de una cosa y deviene en otra, es como si leyera una máxima divina escrita directamente en el mundo no con palabras, sino con objetos esenciales, que reza así: Hunde aquí tu entendimiento para comprender estos asuntos."
-Johannes Kepler, en su almanaque del año 1604
Paso a paso, sin afanes, esta vida cargada de instantes va plagando todo de señales inconfundibles. Ahora me encuentro fascinado con el espléndido mundo de Kepler, su superstición pitagórica, su búsqueda incansable de la armonía en el universo. Él revela, como tantas otras cosas lo han revelado, la angustiosa contradicción entre la evidencia que aporta lo observado -lo vivido- y el apremiante llamado del espíritu -la apremiante intuición-. Kepler, al final, sabe diluir la contradicción: el mundo es justo tan armónico como el había intuido que fuera, como el divino Arquitecto debía haberlo construido.
Hay aún muchas cosas que están esperando ser descubiertas. Todo parece invadido de respuestas.
No tengo cómo evitar sonreír ante estas palabras, en la contraportada del libro de Kepler:
"Me voy muriendo cada día y lo reconozco;
Pero mientras me tienen ocupado
Los constantes derroteros de las estrellas
No pisan mis pies sobre la tierra,
Sino que ante Zeus me alimento
De néctar, de divina ambrosía"
(Epigrama atribuido a Ptolomeo)