Un millón de rayos y centellas: sobre la revuelta en la UN
Así comienza todo: estoy en medio de una clase y suena una explosión lejana y seca, con un eco que retumba brevemente: es una inconfundible "papa" encontrando su destino. Intento seguir tomando apuntes, ignorar (como todos los demás parecen hacerlo) el mundo que comienza a vibrar más allá de la puerta y las ventanas del salón. El mismo sonido se repite una vez, luego otra, y otra, y luego suenan tres casi simultáneamente. Me pregunto si los capuchos, cuyos grafittis han inundado las alguna-vez-por-un-tiempo-blancas paredes del campus desde hace dos días ("Únete al mitín, camino al Paro Nacional Universitario", "Paro, paro, paro, paro bonito paro eh", "Viva la revolución del pueblo en Nepal"), sólo están llamando la atención en la Plaza Ché, sólo haciéndose notar (¿no hay una contradicción escondida en hacer escándalo para dejarse ver y cubrirse la cabeza?), o si están preparando una "real pedrea", lanzándolas a la 26 para que llegue la Policía y comience la trifulca.
La clase se acaba. Salgo del edificio y las papas han dejado de sonar, ni seña de capuchos, todo el mundo camina tranquilamente. Tengo que enviar un correo, corro a la oficina de la revista, prendo el computador, envío el correo, y luego vuelven las papas. Ya no una, ni dos, ni tres: decenas. Ha llegado la policía, es una pedrea. Salgo, cierro, corro de nuevo al Departamento de Filosofía para encontrar que la entrada de la calle 26 está transformada en un verdadero campo de batalla: mesas y grandes escudos de madera alineados, docenas de encapuchados de negro y blanco corriendo a toda velocidad de aquí para allá, cientos de curiosos (¿no implica eso sentar una opinión?). Mientras huyo alcanzo a distinguir a dos policías vestidos de Robocop ocupando un lugar estratégico en el puente peatonal. Un segundo después, veo que les cae una papa enfrente, saltan hacia atrás, desaparecen. ¿Quién tuvo la fuerza para lanzar la papa hasta el puente? ¿Acaso tienen un mortero?
Salgo del campus en medio de la confusión. Caen los primeros cartuchos de gas lacrimógeno sobre el pasto de los jardines al lado de la entrada de la 45. Abro los ojos: ¡están haciendo pedrea en ambas entradas! ¿Cuántos encapuchados se necesitan para semejante acción? ¿50? ¿100? ¿200? Mi nariz comienza a arder un poco, dan ganas de estornudar cuando el gas todavía está lejos.
Mi cabeza y mi pecho están inundados de adrenalina. Estoy afuera, ya nada puede pasarme. ¿Palabras? Angustia, desilusión, rabia, temor, incomprensión, duda: mi cóctel pos-pedrea.
Es por mi visión romántica de la academia. Sí, aquí es donde la gente se sienta a transmitir y construir conocimiento, a leer, a escribir, a derrumbar paradigmas, a llenarse de respuestas y desbordarse de preguntas, a ser más que sí mismos en el arte y en la música. Aquí, reza mi visión romántica, se construye nación, pero sobretodo se construye humanidad. Aquí se entrelazan nudos de tejido cultural. Y aquí, a mediodía un miércoles, mientras sus "compañeros y compañeras" ven clase, hacen experimentos, escriben reportes de investigación y discuten interpretaciones, alguien se cubre, arma una barricada, y lanza explosivos y piedras a personas que quizá nunca antes han visto ni volverán a ver. En realidad no son personas: son uniformes ambulantes. No hay lugar para el individuo en una comunidad encolerizada. Pero el otro lado no es mejor, si es que "mejor" o algún otro término valorativo tiene algún sentido en este contexto. Los policías entran y rompen vidrios, disparan cartuchos de gas dentro de las oficinas, dejan una estela de destrucción y, con ello, el inicio de un nuevo círculo vicioso.
Para mí no es fácil aceptarlo. Es como cuando estaba en la Sierra Nevada del Cocuy, caminando entre cientos de frailejones. Me preguntaba: ¿acaso alguien podría disparar aquí un fusil? ¿Aquí, frente a estas cumbres imponentes y vigilantes?
Ya he trillado por muchas horas en mi cabeza el tema de la justificación. No sé qué escribir al respecto. Es un ovillo con muchas puntas. Creo que la consabida respuesta "por las reformas uribistas de Palacios, esclavo del FMI" debe analizarse mucho más allá de su literalidad. Dudo que los que lanzan las papas hayan alguna vez leído por completo un documento oficial relativo a las reformas. Dudo que hayan aprovechado alguno de los múltiples mecanismos de participación, condenados al fracaso justamente porque se les despoja de su esencia antes de aprovecharlos. ¿Cómo puede un mecanismo de participación ser tal si no se participa en él, si por principio no es un mecanismo de participación? Si el propósito es luchar por la educación pública, ¿por qué no hacer y permitir hacer justo eso: estudiar?
Tengo que decirme a mí mismo que con esto, que viviendo este tipo de experiencias y reflexionando sobre ellas, tengo una oportunidad única para aprender. ¿A quién debo agradecer por este millón de rayos y centellas?
escucho: 81, Royksöpp / Melody A.M.