Tuesday, February 28, 2006

Sobre el secuestro de Ingrid Betancourt

El pasado 23 de febrero se cumplieron cuatro años del secuestro de Ingrid Betancourt por parte de las FARC. El hecho, que en mi opinión nunca ocupó un lugar realmente importante en la reflexión acerca del conflicto dentro de Colombia, ha ido desapareciendo lentamente de la memoria colectiva nacional y, paradójicamente, ha ganado relevancia en la imagen que muchos extranjeros, predominante europeos, tienen sobre el país (para confirmarlo, basta con buscar "Ingrid Betancourt" en Google).

Esta paradoja revela por sí misma que Ingrid Betancourt es una persona controversial. Mientras en Colombia vagamente se recuerda su carrera política y de hecho ella suele recibir, según lo he percibido, más críticas que elogios, en el extranjero se presenta a Ingrid como la bandera de una nueva política, incorruptible y desligada de los oscuros intereses de poder que, al parecer, determinan el panorama político del país. Esta diferencia de percepciones tiene varias razones. Al menos una de ellas es el éxito que el libro de Ingrid, La rabia en el corazón, tuvo en otros países, en particular en Francia --su segunda patria--, y el relativo fracaso local del mismo. Esto, unido a que según dicen Ingrid se presenta en su libro (que no he leído) con un hálito de salvadora de Colombia y de única esperanza para rescatar un país sumido en la guerra y la corrupción, imagen que naturalmente no iba a ser aceptada un país en el que la opinión pública estaba más dispuesta (y sigue estándolo) a erigir como "salvadora" la mano dura del presidente Uribe.

Pero, independientemente de su libro, quien recuerde la carrera política de Ingrid sabe que ella misma generaba controversia; una controversia que, desde mi punto de vista, era positiva: brindaba al menos un respiro necesario a la idea de "oposición" que se tiene en el país. Fue Ingrid la que, elegida Senadora con el mayor número de votos, contribuyó a prender el debate con respecto a la financiación de la campaña de Samper, y luego denunció que la absolución del expresidente se debió a una manipulación de dudosas características. Fue Ingrid quien logró instaurar de manera visible en Colombia un partido que se caracterizó a sí mismo como "verde": el Partido Verde Oxígeno. Ingrid se destacó frente a los demás candidatos presidenciales al sentarse en la mesa del Caguán pocos días antes su fracaso y defender allí el valor de la negociación como camino posible para acabar el conflicto. Ingrid ponía la cara con sus ideales ante todos: ante los medios, ante los senadores, ante los guerrilleros, ante los ciudadanos. Ingrid, al menos así me parece, actuaba coherentemente: y es coherencia, sobretodo, lo que le hace falta a la oposición visible y legal en Colombia. (Recuérdese a Gustavo Petro en el debate de CityTV este lunes, reconociendo que la popularidad del gobierno Uribe se debe en buena medida a su coherencia, coherencia que el Polo Democrático aún no ha logrado alcanzar.)

Sí, buena parte de lo que Ingrid dijo y defendió, y buena parte de la manera en que actuó, es criticable. Pero justamente eso es lo valioso: que haya habido un personaje en la política nacional que por sí solo generara sana reflexión y controversia. Creo que Antanas Mockus brinda actualmente ese respiro que tanto necesitamos. Pero ese es otro tema. El caso es que buena parte de la imagen negativa (o más bien, del olvido) de Ingrid en el país se debe a la difundida opinión de que "ella misma se buscó que la secuestraran". Aunque creo que esta opinión no es totalmente descabellada, sacada del contexto es absolutamente injusta. El 22 de febrero, un día antes de que la secuestraran y pocos días después del fracaso del proceso de paz, dijo Ingrid:
"Voy a San Vicente del Caguán a exigir garantías para la población civil de la zona y a decirles a los sanvicentunos que estoy cumpliendo con mi compromiso de palabra de estar con ellos en las buenas y en las malas, como se los expresé en octubre pasado cuando Néstor León Ramírez, del Partido Verde Oxigeno, fue elegido alcalde de ese municipio. San Vicente y todos los municipios que componían la zona de distensión se la jugaron por la paz aceptando que su territorio se convirtiera en zona de distensión, ahora los colombianos nos la tenemos que jugar por ellos para que no sean tierra de barbarie y terrorismo." (Citado en greens.org)

Ingrid iba a San Vicente a acompañar al alcalde de su propio partido en un momento crítico. No hay nada de reprochable en eso; creo, al contrario, que toda la terquedad posible al respecto es políticamente sensata. El Estado debió haberle prestado los medios para llegar al municipio, tal como se los prestó a periodistas de cadenas noticiosas internacionales y nacionales que llegaron a San Vicente: en efecto, se había acordado que la llevarían en helicóptero. Tras horas de esperar en Florencia, finalmente le fue negado el helicóptero y el jefe del DAS en Bogotá, enfrentado a su terquedad, decidió prestarle una pickup (véase la entrevista de Yamid Amat con los entonces escoltas de Ingrid publicada hace una semana en El Tiempo). Sí, Ingrid fue terca, increíblemente terca al meterse en una pickup dentro de la boca del lobo. Sí, quizá no debió haberlo hecho. Pero eso no implica que lo que haya hecho sea incomprensible, y tampoco implica que el Estado no asuma la responsabilidad de no haberle brindado una seguridad acorde con el caso, como sí se la brindó a otros.

No quiero, sin embargo, sino hacer énfasis en un punto: Ingrid Betancourt, junto con su jefe de campaña Clara Rojas, lleva cuatro años secuestrada... y por supuesto no es la única. Hay soldados que están en poder de las FARC desde la toma a Mitú, el 1 de noviembre de 1998. Y hay otros cientos de secuestrados y secuestradas cuyas familias ya tienen las lágrimas secas sobre las mejillas. Esto es, desde mi punto de vista, absolutamente inaceptable. La toma de rehenes (y más, rehenes civiles) en estas condiciones viola el Derecho Internacional Humanitario, y eso es, por principio, inaceptable. Inaceptable también que la última prueba de supervivencia de Ingrid y Clara dada por las FARC sea de agosto de 2003. ¿Por qué jugar con los sentimientos y esperanzas de otros seres humanos de manera tan vil y cruel? Las FARC, por su parte, se mantienen rígidas al sostener que los rehenes son una especie de "moneda de cambio", de "tokens" intercambiables por compañeros condenados, muchas veces por crímenes de lesa humanidad. No sé aceptar esa posición, no sé comprender desde fuera de las FARC el llamado "intercambio humanitario" sino como el último recurso de familias que ya lo han apelado a todo, sin éxito. No sé cómo se puede --si es que se puede-- superar la posición cerrada de ambas partes.

Lo que sí sé es que hace falta, en Colombia, un pronunciamiento civil, absolutamente claro y visible, por la liberación de todos los secuestrados. Hace falta un compromiso estricto, marcado en negrita, del gobierno, de los candidatos presidenciales, por la libertad. Hace falta apropiarse de los hechos pasados e ir más allá de simplemente acordarse de ellos. Hay demasiados corazones destrozados. Cuatro años de secuestro, en el sólo caso de Ingrid Betancourt, deberían significar un clamor imposible de ignorar.