Tuesday, February 21, 2006

Una corta mirada crítica al ejercicio de la filosofía

Uno de los pilares fundamentales de la formación del pregrado en filosofía en la UN consiste en postular la validez de los argumentos como tribunal último para adoptar o rechazar una idea. La labor del estudiante de filosofía se reduce entonces a encontrar las ideas que un interlocutor(a) intenta defender y, tras formularlas con la mayor claridad y distinción posible, examinar analíticamente los argumentos que se presentan a favor de ellas. Ese "examen analítico" resulta en la práctica bastante complejo: no sólo se examina si la conclusión efectivamente se sigue de las premisas, sino también si las premisas están bien fundadas, si los términos utilizados y su significado están cuidadosamente seleccionados, si existe respuesta a los posibles argumentos que se podrían presentar en contra, o si los argumentos presentados podrían utilizarse como insumo para defender otras ideas opuestas, entre otras cosas. Puede decirse que por principio esta forma de aproximarse a las ideas resulta aséptica a muchas variables que usualmente se considerarían esencialmente "humanas": por ejemplo, poco importan en el examen análitico de los argumentos las intenciones que tenía el autor al escribirlos o las emociones y circunstancias no textuales que pudieron haberlo llevado a formularlos. Es un campo de batalla en el que sólo las palabras y los textos que las recolectan se admiten como fichas estratégicas.

Para poder entrar adecuadamente en el juego de las ideas desde el tribunal de la validez de los argumentos, el estudiante de filosofía se ve forzado a efectuar una separación radical entre lo que siente y lo que piensa, así como entre lo que sienten y piensan sus interlocutores. Por supuesto, como esta separación no puede realizarse de manera absoluta, el ejercicio de la filosofía --así presentada-- resulta emocional y psicológicamente extenuante. Uno intenta convencerse de que la asepsis del análisis argumentativo es por sí sola fascinante y, de hecho, en muchos casos resulta serlo. Es esta fascinación, sin duda similar a la fascinación del científico natural al ejecutar el también aséptico "método científico", la que me ha llevado a mantenerme como fiel adepto al estudio de la filosofía desde que fui introducido a él por Bloom, hace poco más de cinco años.

Sin embargo, tras una larga pausa en el estudio formal en la universidad, he comenzado a pensar que esta aproximación a la filosofía no sólo es limitada (por ejemplo, en tanto niega la legitimidad de otras posibles aproximaciones), sino que también obstaculiza vivir y pensar de una forma que yo consideraría realmente filosófica. Este estilo de vida realmente filosófico es para mí esencialmente incluyente, antidogmático y plural. Un estilo de vida que enseña que el apego a las ideas es tan dañino como el apego a lo material y que la tolerancia es un camino posible para alcanzar consensos. Un estilo de vida estrechamente atado a lo humano, que sabe apreciar el valor de las enseñanzas cotidianas y el reto de superar los problemas que el mundo presenta a cada instante. Un estilo de vida en el que el diálogo filosófico se entiende como un enriquecimiento de sí mismo y del otro y no como una batalla en la que se "defienden" las ideas propias de los "ataques" del adversario. Pero la forma de ejercer filosofía de la que me he declarado adepto es más excluyente que incluyente, es dogmática en relación con su método y el diálogo filosófico que incita es más "discusión" que "enriquecimiento".

El problema de superar estas deficiencias en el ejercicio práctico de la filosofía sin sacrificar el análisis argumentativo y la fascinación que lo acompaña ha dado pie a decenas de horas de conversación con Juan Pablo, y no dudo que faltan muchas más. Por otra parte, el camino elegido por Bloom, su entrega al mundo de lo religioso y de lo humano, y su desilusión con el método analítico en la búsqueda de la felicidad hacen eco de esta mirada crítica y me demuestran que el mundo está lleno de caminos posibles, muchos de ellos inesperados. Por mi parte, espero ansiosamente volver a entrar a la academia y continuar alimentando esta reflexión, por ahora inacabada...

escucho: Amsterdam, Coldplay / Live 2003